viernes, 23 de septiembre de 2016

Life is what happens to you while you’re busy making other plans: meditación en la acción




Lo cantaba John Lennon, y es meridianamente cierto. Y me reubica siempre recordarlo. De hecho, da título a mi blog.

He vuelto a leer el delicado libro: "Lograr el milagro de estar atento. (Un manual de meditación)”, de Thich Nhat Hanh, con prólogo del admirado Ramiro Calle.
https://www.amazon.es/Lograr-milagro-estar-atento-meditacion/dp/B00HNDQ2N6.


De nuevo, me ha reconfortado tanto o más que lo logró en mi primera lectura. Es directo, profundo y tan poético. Pero lo verdaderamente asombroso de este manual de escasas cien páginas es que condensa con ardorosa sencillez pautas meditativas de indiscutible seguimiento en nuestra vida cotidiana. No hay extremismos ascéticos, ni reglas complicadas, si bien tipifica rutinas de meditación elaboradas, consistentes y de fácil seguimiento. Ahora lo redenominan mindfulness y está de moda. Pero desde hace incontables años las tradiciones milenarias orientales, en concreto, los maestros budistas, ya lo vienen practicando. Entrenar la consciencia del presente para que ni el pasado ni el futuro ahoguen nuestra percepción de la realidad es embriagador. Llegar a la atención plena para tener conciencia plena y presencia plena es un camino que merece la pena iniciar, aunque es cierto que únicamente el maestro aparece cuando el alumno está preparado. De aquí surgirá el correcto saber y entender y una mayor compasión.

Se me ocurre un ejemplo bello: se puede meditar en la caricia a un hijo. Es hermoso acariciar en el hoy y el ahora. Vivir el tiempo de la caricia sin embrollarnos en charloteos mentales que nos evaden de la única e irreductible realidad que es, precisamente, esa caricia en ese instante y lugar, y a ese pequeño ser. La caricia es meditación si se cuida y se está en ese instante presente. Y NO hay mejor momento que ese ahora en la caricia, es el más oportuno y el único en el que se ha de estar porque es sobre el que tenemos dominio y presencia, porque el futuro está por llegar. Ni nadie con quien mejor estar que con ese hijo o hija al que se disfruta en ese instante, porque la persona que uno tiene enfrente es la más importante de ese ahora. Y el objetivo más importante es conseguir que ese hijo acariciado se sienta en esos momentos el más feliz y rico del planeta, porque esa debería ser la aspiración de todo ser humano en la vida. Ante una caricia que se regala uno tiene distintas opciones: se puede acariciar evadido en un pensamiento ajeno al hecho de acariciar, o se puede experimentar la caricia en exclusiva. Una caricia puede ser acogedora y entregada a ese hijo, con el corazón y alma puestos en ello, pura presencia mientras se arrulla y se calma al hijo. Y desde este punto aparece el gozo, y amor y meditación se unirán en una misma experiencia.


Ahora bien, ¿y en nuestra vida diaria¿ ¿cómo podemos ambientar el quehacer corriente con la meditación?. Si tan “planeados” y absortos en gestionar propósitos personales (que nunca cumplimos), entonces ¿cómo resolver el dilema?.... Se me ocurren bastante ejemplos asequibles: cocinando cocinando, preparando los platos con intensa consciencia de lo que manos, nariz y ojos nos descubren si les atendemos; o jugando con los hijos (si se juega, se está jugando, no hay nada más importante que sentirse consciente en el juego de mesa que les propongamos, no hay pasado ni futuro, solo el cultivo del observarse en ese lugar, actividad y personas con las que se comparte). Dejemos paso a la revelación de la realidad que vibra en cada momento.



Vivimos diseccionados, el problema es que ni siquiera nos damos cuenta de la amputación que nuestra mente hace de nuestro cuerpo. Como aquél hombre de N. Gógol que un buen día al levantarse descubrió que había perdido su nariz y, emancipada, había logrado hacerse su hueco social!. Me explico: nuestro cuerpo va por un lado mientras nuestra mente -siempre y en todo caso- está en otro (y lo peor, nos gobierna). Desde nuestro despertar hasta el momento de irse a dormir: la mente nos piensa sin descanso y, en ese continuo discurrir, nos inutiliza para estar en lo que ocurre ya. La unicidad de cuerpo y mente en el ahora es dificilísima de construir, mucho más mantenerla, pero merece la pena intentarlo. ¿No es cierto que los pensamientos atestan todos y cada uno de los segundos de nuestra existencia?. Empecemos a sentir los datos que nuestros sentidos (naturalmente) nos obsequian. ¡Se abre un universo de sensaciones reales e instantáneas por descubrir!.... y esto es estar vivo.

En definitiva, si se intenta vivir momentos de plena consciencia, más o menos largos (que dependerá de la trayectoria de meditación de la persona), ya se está ganando vida. Porque la realidad no se percibe cuando nos evadimos en la continua cháchara mental del que nuestro cerebro es tan amigo y experto. Esos segundos, minutos, ese (escaso) presente vivido de forma consciente es, propiamente, el camino y el fin en sí mismo. Al cabo de unas semanas, meses, comprobarás la influencia de la meditación, el poder de estar atento al momento presente, que no es abstraerse del mundo circundante, sino hacer presente al instante. Ahora bien, hay que ejercitarse. La experiencia de meditación ha de entrenarse, con una disciplina constante, para que surta sus efectos. Pero, de nuevo, sin excesos (son siempre egocéntricos) o agobios (insano) si no se ha podido practicar en tal o cual día.

El poder de la atención mental es tal que nos capacita para la vida, y nos habilita para dominarnos a nosotros mismos y tener un juicio cabal y objetivo y más humano de las circunstancias que nos depara el presente.

Pero esto no te lo creas…. compruébalo tú mismo!!.



HIROSHI SUGIMOTO: delicado transepto de tradición y modernidad. (HIROSHI SUGIMOTO: a delicate transept from tradition to modernity)




Nos desayunamos su exposicíón Black Box en MAPFRE el fin de semana pasado.http://exposiciones.fundacionmapfre.org/exposiciones/es/hiroshisugimoto/ .
Interesante y sugestiva, presentada muy a tono con su manera de fotografiar en forma de “series” típicamente suya, aunque escasa en las obras expuestas (el número no superaba las 45), encuadradas en los años 80 y 90, consiguiendo que algunas paredes gris marengo de las salas alargadas del segundo piso de la Fundación quedaran ardorosamente lánguidas y frías. Huérfanas de padre (a Sugimoto le gusta llegar a su estudio en Nueva York antes que ningún colaborador suyo y salir mucho más tarde para reflexionar solo sobre nuevas formas de expresión fotográfica, come de forma frugal y normalmente hecha en casa).





En la soledad descubre y surge la creación o la innovación, y de allí la experimentación, como aparecieron las láminas de “Lightning Fields” (o cerebros, o torrentes sanguíneos, microorganismos….?, “like the Wind and the Thunder Gods” según sus propias palabras), chispas grabadas directamente en el negativo originadas con explosiones de electrodos de gran potencia en una cámara oscura). La irremediable belleza de estos paisajes lumínicos radica, por si nos pareciera insuficiente, en lo irrepetible de cada fotografía, que será única y singular en su esencia, puesto que hasta el grado de humedad en el ambiente o la energía estática de cada estación modificarán en el estudio la imagen revelada. Es en su forma de interpretar el día después de la creación del mundo, un mundo en el que nuevas formas de vida emergen.

Sin duda hay que resaltar el gusto estético del autor, unido a su sorprendente e indiscutible destreza técnica que le ha hecho un referente, y su incesante vuelta a los orígenes de la fotografía (es tan agradable como desusado ver a un fotógrafo hoy en día metido en una habitación oscura de revelado, con su característica luz roja, utilizando sal del Himalaya dentro de tanques de revelado, la verdad).  Fiel al trabajo en estricto blanco y negro (que otorga un crisol de luces y sombras sobrecogedor en sus manifestaciones) como hilo conductor en su carrera; con cámaras de gran formato tradicionales (“sólo ellas pueden crear manifestaciones que las digitales son incapaces”, afirma Sugimoto); con un uso del denostado carrete, del revelado tradicional, se ha posicionado firmemente en un universo fotográfico fundamentalmente digital.

Y en ese retorno a la fotografía analógica como medio y forma de experimentación en donde –quizás de manera similar a la fotografía digital-, también se puede “engañar” al espectador sin necesidad de incluir imágenes inexistentes, sin necesidad de reformatear la foto hasta perder la inmediatez del momento en el que fue concebida y tomada. A mi parecer, esta vía de comunicación es más poética si cabe, sin dejar de lado el engaño al espectador sobre una realidad inexistente en el momento en que se tomó (me refiero desde luego a sus Series de “Portraits” y “Dioramas”). Sin duda  para él debe ser absolutamente placentera la ilusión de experimentar la fotoimpresión sin cámara, las chispas que saltan de cazos, espumaderas, agujas y otros utensilios cotidianos al electrocutarse, la luz quemada en el negativo de una sobreexposición, a modo de juego inocente, como si de un niño se tratara.

Como también experimenta cuando, tras largas exposiciones a la luz con el obturador abierto de hasta más de dos horas, consigue esa luminosidad excesiva en su serie Theatres (desde 1976) e impregna una concepción nueva para el espectador, quien no sólo lo está siendo en tanto que espectador de una obra en una galería de arte, sino también (y aquí la sorpresa) como espectador de la propia película en su integridad, por mucho que en la obra física únicamente aparezca una imagen blanca encierra la película en su totalidad, la acumulación de miles de secuencias de aquella cinta (proyectada en ese cine de verano al que, con sombrero y medio disfrazado, él mismo asistía).

El mismo Sugimoto nos ha explicado su propia concepción de la naturaleza, configurada en su Serie “Dioramas”, expuestos en el American Museum of Natural History (AMNH) de Nueva York (que en 1951 empezó a trabajar en la creación de estos espacios de ilusión y desde entonces se exhiben al público). Si bien comenzó con esas representaciones allá por 1976, en la actualidad sigue trabajando con ellas y mostrándonos lo que serán sus nuevas interpretaciones. Cada año visita el museo (que para él es, de todos, el más certero en la exhibición 3D de dioramas de los que ha examinado). La idea de la transformación de la naturaleza es para este autor muy interesante, unida a la de la humanidad (al humano) perdida (a la reflexión sobre la vida y la muerte a la que nos aboca): cuando la civilización -tal y como hoy la conocemos- desaparezca, nos enfrentaremos a algún tipo de desastre. En ese estadio ¿cuál será la escena que contemplaremos de la naturaleza?. Cuando el lugar al que retornemos se haya desarrollado de otra manera, la naturaleza, tal y como estaba antes, se habrá perdido ya. Es esencial, entonces, la plasmación de la naturaleza perdida, ya que ésta es la que simboliza la idea de transformación, y esa colección de naturaleza perdida del AMNH es la que Sugimoto recurrentemente fotografía.

Las láminas de la serie Seascapes (desde 1980) son bellísimas y evocadoras de amaneceres primigenios. El mar y el cielo dividen en dos la imagen. Abandona las imágenes figurativas de las salas anteriores para adentrarse en el interrogante de cómo interpretarían los hombres primitivos una primera visión del mar o el amanecer. Son por tanto representaciones mágicas de la supuesta primera impresión visual de nuestros ancestros, que pese a que llevan el nombre del lugar en que se tomaron, nos sugieren todo lo contrario ya que son masas de mar y cielo interminables y eternas: Paisajes Marinos innominados. De inmediato se me antojaron semejanzas sutiles a M. Rothko en sus figuraciones abstractas tan características de los lienzos que finalmente definirían su pintura. Si, además y como juego, nos colocamos esquinados al principio del rectángulo que forma la sala donde se expone esta serie, en un plano diagonal, el efecto óptico de los horizontes de Sugimoto nos deja una sensación de fluidez e inmortalidad. Nos regala a través de su mirada la bonanza de la quietud, el silencio y la inmensidad, (a él se le encuadra como conceptualista).

El autor es una caja de Pandora. Ha participado en proyectos de distinta índole (ensayista sin ir más lejos). Muy comprometido con la reactivación del teatro tradicional de títeres japonés (Ningyo Joruri Bunraku) en su versión más clásica. Marionetas sofisticadas en lugar de actores; delicados vestuarios, complejos mecanismos de las figuras, textos arraigados en la tradición más ancestral nipona; frases entonadas en un modo determinado, movimientos cuidadosamente estudiados y ensayados… Pero, de nuevo, al igual que en su obra pictográfica, Sugimoto les añade su entendimiento particular, un valor contemporáneo a la hora de dirigir y diseñar la escenografía de la obra. Le dota de esa autenticidad tan única que supone la reactivación de una tradición antigua, para “crear un nuevo espacio teatral donde poder sublimar mi imaginación y donde la recuperación de las obras tradicionales pueda ser lo más contemporánea posible” (en sus propias palabras)…. ¿No nos recuerda esto también a lo que nos regala con su fotografía?


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"Hiroshi Sugimoto is considered one of the most important photographers of the postwar era, and "Black Box" is a survey of the photographic series for which he is best known. Sugimoto has reinterpreted the classical photographic tradition, imparting a conceptual edge to such genres as the still life, abstraction, portraiture and nature photography. Eschewing digital technology in favour of traditional methods, Sugimoto is a master craftsman and his photographic prints are as remarkable for their extreme perfection and visual beauty as for their conceptual and philosophical implications. The pristine clarity and rich range of tonalities in his dioramas of prehistoric life, or his wax figures of historical personalities such as Henry VIII and Fidel Castro, achieve an uncanny verisimilitude. Yet his technical virtuosity also enables him to capture hidden realities that are invisible to the human eye -to show us things we otherwise wouldn't perceive. By playing on the slippage between the image the eye sees and the concept mind grasps, he reveals the blind spots in our experience of the world. Hence, the long exposure of his theatres functions to achieve a paradoxical goal -to arrest, or expose, the passage of time. Taken as a whole, his work constitutes a profound meditation on the nature of perception, illusion, representation, life and death." Philip Larratt-Smith. Curator. Full text of the exhibition's brochure.