viernes, 26 de enero de 2018

El tempo en la educación de los hijos



La educación lleva tiempo (mucho tiempo) y paciencia, mucha paciencia. Dos factores que presuponen amor como música del corazón. Pues si no se ama profundamente ni se tiene tiempo (esperar esperanzado), ni tampoco para la confianza (el atributo con mayúsculas de la paciencia), entonces no hay tierra de cultivo para una buena educación.

Siempre hay una sensación de no llegar, de no hacer suficiente, de haber tirado el dinero, el tiempo y el esfuerzo en un campo que se riega pero en el que no salen flores ni frutos.

Educar a un hijo es, en muchas ocasiones, tarea ingrata. Sin duda. La pasión amorosa y nuestra entrega son la gasolina que nos hace no claudicar.

No hay que mirar a la cara del hijo cuando se educa (me lo dice siempre mi madre, que tiene razón acumulada por la experiencia). Un hijo tiene, debe contradecir y poner mala cara, negociar y no asentir a todo. El padre, por su parte, deberá establecer los límites, escuchar y dialogar y negociar, si la situación lo permite, o bien decir no sin “mirar el gesto” taciturno del hijo contrariado. No es agradable, pero esa es la labor del hijo, pues así es como se va a ir construyendo, mientras va probando sus límites, gustos y formándose opinión, aprendiendo y abriendo sus propios caminos.

Ahora bien, nada en la educación se puede arrebatar. El tiempo corre lento cuando se trata de hacer crecer a nuestros hijos.  Como un buen guiso que cariñosamente cuece pausado para engendrar su mejor sabor. La lentitud nos somete a una mayor espera, la educación también. A un hijo no se le pueden Robar sus espacios con nuestras prisas porque crezca, se desarrolle y madure convenientemente. Es trabajo de años, son horas en el parque o de paseo, de charlas teóricamente inútiles a última hora de la noche cuando uno ya quiere enchufar la televisión y evadirse, caricias al ir a dormir porque en ese instante te harán una confidencia. Jugar a la hora de la siesta un fin de semana mientras nos come el sueño.

Comprobamos que la educación de los hijos adolece de excesivo ruido. El silencio en la educación es necesario. ¿A qué nos referimos?: a la capacidad como padres de educar en la calma para conectarnos con nuestros hijos y él consigo mismo. Les hablamos sin tregua, con discursos constantes, cuando a veces lo necesario es lo contrario: callar la cháchara mental y verbal para que aparezca la verdadera clarividencia y rectitud. El silencio implica lentitud y la calma permite dibujar la verdad: la tuya y la de tu hijo.

El agua erosiona pasados los años ¡pues cuánto más ocurre cuando se trata del progreso del ser más complejo de la creación!.

Por tanto, si educamos debemos permitirnos y dedicar tiempo, paciencia, amor (pasión) y silencio (sosiego) de escucha. Así se van construyendo los caminos del alma en el hijo.

El tiempo y esfuerzo dedicados a ellos revierten, aunque la recogida de la mies sea tardía.

jueves, 18 de enero de 2018

William Morris y compañía: el movimiento Arts& Crafts en Gran Bretaña. ¡Últimos días!




Todavía estáis a tiempo de visitar esta exposición en  Madrid, Fundación Juan March (c/ Castelló 77). Fechas: 6 octubre 2017 – 21 enero 2018. Entrada gratuita. Horario: L-DS y festivos: 11:00–20:00; D: 10:00–14:00;

 

Arquitecto, diseñador, empresario en 1861 (Morris, Marshall, Faulkner & Co), pintor, hombre polifacético y culto (miembro, por ejemplo, de la Social Democratic Federation y creador de la Society for the Protection of Ancient Buildings),  comprometido con la sociedad y con la firme creencia en la posibilidad de cambio en cómo entender el mundo (rechazó fervientemente la deshumanización en las fábricas, la explotación de la clase obrera, tan maltratada). Recordemos cómo en esos años Londres apestaba, con un Támesis polucionado y sin sistemas de limpieza de calles. Morris fundador del Movimiento Arts & Crafts quería revalorizar las artes y oficios y la tradición. Esa es la imagen, la de político y humanista, la que nos presenta la Fundación Juan March en su exposición. Aunque también se nos quiere dibujar su faceta de innovador, la de creativo y experimentador y lo consigue por los objetos variopintos que han traído: vidrieras, papeles pintados, telas, incursiones en madera. No sólo se contextualiza el movimiento Arts & Crafts, también tenemos ejemplos en la exposición de su internacionalización a Suecia, Noruega, Finlandia y España (con la comercialización de sus productos y celebración de exposiciones, o encargos como el de la Casa Amatller en Barcelona).

En este punto, la innovación, no podemos dejar de compararle con nuestro español Mariano Fortuny y Madrazo (María del Mar Nicolás, Mariano Fortuny y Madrazo. Entre la modernidad y la tradición, Madrid, Fundación Universitaria Española, 2001) por las búsquedas constantes de la aplicación de los avances tecnológicos que la época brindaba a la pintura, tejidos, fotografía y estampación (Fortuny patentó el llamado Sistema Fortuny, un mecanismo novedoso de iluminación de la escena de los teatros mediante luz indirecta). Morris, hombre de norte, Fortuny, del sur, ambos hijos de aristócratas, ambos artistas totales, enamorados del arte integral como tal, incluyendo el artista artesano que experimenta usando materias primas de otros continentes aplicadas a tejidos y materiales. Si tenéis tiempo, visitad los trabajos (vestidos, trajes y telas brocadas orientalizadas) que se conservan en el Museo del Traje en Madrid.

Es una exposición para mayores y niños. Artes gráficas en toda su extensión (mobiliario, objetos y artículos, cuadros, vídeos explicativos por supuesto). Entretenida para todos, al tiempo que nos descubre un movimiento que tuvo mucha fuerza a finales del S.XIX.

 

martes, 16 de enero de 2018

"Yonquis 4.0" programados




Es alarmante. Mientras en diciembre del año pasado nos reponíamos y los intentos regulatorios para su eliminación, mientras leemos la escalofriante admisión de Apple sobre la posible obsolescencia de los i-phones para forzar la compra de nuevos modelos (aunque la historieta viene, de hecho, desde tiempos lejanos cuando se alzaban las primeras voces sobre la caducidad programada de neveras, lavadoras, medias de mujer o bombillas de escasos encendidos, nos desayunábamos estos días pasados con dos noticias que preocupan:

Las redes sociales confiesan que utilizan “ganchos” para mantener a los usuarios permanentemente conectados a las redes sociales y a internet (para “explotar la vulnerabilidad psicológica humana”) algo que todos presumíamos pero que hasta ahora no se había destapado tan fervientemente (Sean Parker, ex presidente de Facebook, entre otros muchos que ya se sumaron hace un par de años a esta corriente) ni, mucho menos, declarado públicamente. Si ya se nos hace, como adultos, difícil centrarnos (“the ability to focus”) mientras trabajamos o estudiamos o elaboramos un informe (la tasa de productividad de las empresas ha decrecido, precisamente, por este mismo motivo, para lo que se han introducido en muchas de ellas técnicas mindfulness de concentración dirigidas para aumentar la concentración de los trabajadores), qué tan devastador será la conexión constante para personas en riesgo de exclusión, con baja autoestima, niños y adolescentes nativos digitales (advierte la FAD repetidamente). Nos podemos encontrar con ejemplos aterradores, niños empantallados viviendo mundos virtuales, que no distinguen realidad de ficción, con déficit de atención y –como apunta el artículo- dependientes o con síndrome de abstinencia cuando tienen que enfrentarse a periodos de lo que se denomina desintoxicación digital.

Recompensas variables, colores llamativos, estímulos permanentes, vibración constante anunciando nuevas entradas o actualizaciones, el síndrome del plato sin fondo, Instagram puede llegar a esconder los ‘likes’ que verdaderamente tienes si no has consultado recientemente la app para provocarte. Da miedo, verdaderamente. En particular, los smartphones nos han hecho más ansiosos, vulnerables, nuestra capacidad de memorizar ha decrecido, también nuestra creatividad y el tiempo que dedicamos a estar en familia o con nuestros hijos. Hasta 5 horas se pueden pasar los usuarios norteamericanos de smartphones consultando sus dispositivos. La triste tendencia de las madres en Canadá, parece, es consultar el móvil, insta, facebook y dar ‘likes’ mientras se amamanta a los bebés.

Es para pensarse darse de baja en todas las app y, casi, volver al móvil digital. Algo menos drástico es educar a las nuevas generaciones (a contracorriente, claro) en las bondades del sistema con un control férreo sobre ellos en cuanto a tiempos de uso, accesos permitidos y prohibidos, etc. France plans to ban mobile phones from primary and secondary schools, including between classes and during lunch breaks. "We must come up with a way of protecting pupils from loss of concentration via screens and phones," said French education minister Jean-Michel Blanquer”. Hay que empezar a regular sin tantos claroscuros las fronteras que no se deberían sobrepasar. Nuestro cerebro, a día de hoy, no está preparado para absorber la información que vomita el rápido mundo digital. Nos centramos en lo que no nos cuesta (información más superficial) y descartamos lo importante (porque al cerebro le cuesta más trabajo y es perezoso).

Y ya para tener el big picture completito, hablemos de la parte psicológica: tanta conexión fomenta nuestra incapacidad para estar solos. Y la soledad es necesaria porque nos lleva a contactar con nuestra forma más esencial de nosotros mismos y nuestra única verdad de lo que somos. Si ya nos cuesta (porque rechazamos la soledad y siempre hemos de estar acompañados), más aún teniendo una excusa: la conexión a redes, móviles, etc. Y es de enorme importancia quedarse con uno en soledad, pues es el único escenario en el que nos enfrentaremos a nuestra historia emocional. La soledad y el silencio de cada uno es la que nos hace únicos porque allí residen nuestras fragilidades, dudas, carencias e inseguridades y, con un buen trabajo, saldremos reconocidos y aprenderemos a amarnos. Si desde niños hemos ido experimentando las separaciones con la figura de la madre y la del padre, estar solos no será un problema, será la solución, y quizás nos reforzará para enfrentarnos a un mundo más desenchufado.

jueves, 11 de enero de 2018

“Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos.”


 

Somos los zapatos, los últimos testigos.

Somos zapatos de nietos y abuelos,

De Praga, París y de Ámsterdam,

Y –como somos de tela y de cuero, y no de carne y hueso,

Nos hemos salvado de arder en el infierno.

(Fragmento de “Vi una montaña”, de Moshe Schullstein, 1947)

 




Silencio y hueco, esa es la sensación al entrar. Toda la historia de la cuestión judía y el Holocausto (la “Shoá”, en hebreo) y la particular sobre el campo de concentración de Auschwitz I y el de exterminio de Birkenau (Auschwitz II) se relata, y muy pormenorizadamente, en la exposición itinerante durante 7 años por Europa: “Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos”, del Canal de Isabel II. Se nos narra cómo, desde una Alemania dolida por su derrota en la I Guerra Mundial, se fue fraguando el odio por el pueblo polaco y, más tarde, hacia un pueblo apátrida que, como grupo religioso y cultural, siempre han seguido sus normas internas, sus costumbres y creencias. Estaba prevista para el 2016 pero obras de remodelación en el Canal impidieron su apertura. Ahora sí, tras 6 años de trabajo, la tenemos hasta el 17 de junio 2018.

La visita comienza con un esbozo rápido del punto geográfico donde todo se transformó, de la zona donde, desde lo que eran unos barracones donde se recogían, a modo de hospedaje, los comerciantes para pasar las fronteras, antes de la primera guerra mundial. Paseando por sus salas, veremos lo importante que eran los zapatos y las ruedas de trenes, para irnos adentrando, poco a poco pero indefectiblemente, en el horror y la oscuridad.

Han salido de Biernaku 600 piezas originales (el mayor préstamo de objetos que se ha hecho hasta la fecha) pero muchos de ellos no son los que nos agarrotan y dan náuseas (letrinas, barracones de hacinamiento de la época de “la solución final”, alambradas, zapatos, maletas, gafas, restos de hornos crematorios), sí -en cambio- nos asfixian las fotografías, que en el comienzo de la visita nos pueden sorprender por una cierta curiosidad malsana o informativa, depende, (si no se ha visitado el campo in situ), pero que al final incluso hieren los sentimientos de cualquier persona de bien. Se exhibe lo que quedaba de las víctimas en el campo de exterminio cuando las tropas rusas lo liberaron el 27 de enero de 1945.

El visitante avanzará en su peripatética inspección hacia los horrores de una realidad malsana que no le dejará indiferente (la muestra pretende crear emoción y cambiar la forma de pensar del espectador “to bring you back to the small item that can touch you”). Pero es cierto, en honor al comisariado de la exposición, que hay una gran respeto y una cuidada puesta en escena que, a mi juicio, provocará lo que el Director del proyecto expositivo (y de Musealia), Luis Ferreiro, señala: conversarán con los objetos (“voces vivas”) que, testigos mudos (“gritos mudos, dice él) de la barbarie humana, le contarán su historia particular y, por tanto, de la de Autschwitz.

“Tuvo que pasar un tiempo para que supiese de la importancia que tenía aquélla guerra psicológica en el frente nacional” (extracto “I cannot forgive”, 1963, Rudi Vrba, superviviente). Se vendía hasta el pelo de los prisioneros (por supuesto, todos sus objetos personales) que Hitler enviaba a las familias de sus combatientes para honor suyo. obligaba a trabajos forzados en los que muchos morían de inanición, o se les enviaba directamente a las cámaras de gas (los no aptos). Las mujeres llegaron más tarde, con los niños. Todos tatuados, seleccionados (para asfixiarles en pocos minutos o derivarles a los barracones) sin agua potable que beber. A todos se les daba 30 grs. de pan y una ración de sopa de nabo al día por toda comida. ¡Ésto era Autschwitz!

 

Una exposición necesaria, dura, deferente, para la reflexión y con un claro objetivo educativo, una exposición para todos, incluso los propios supervivientes (muy mayores ya), que se acercará a los domicilios locales puesto que no todo el mundo puede viajar hasta Biernaku.

lunes, 8 de enero de 2018

CÉSAR PATERNOSTO. Hacia una pintura objetual






Mi aportación testimonia mi aspiración de hacer de la pintura un objeto que hay que leer integralmente” (César Paternosto)



El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza nos propone, hasta el 28 enero (entrada gratuita), en el Balcón planta 1ª, unas obras seleccionadas por el propio artista, algunas de su propia colección (en Segovia, donde reside) y otras cedidas por Galerías, además de las de la colección de Carmen Thyssen. Son ejemplos de lo que quiere ser una muestra de la historia de la pintura en tanto que objeto (una tela cosida, ya no es ventana de representación de escenografías, de naturalezas o bodegones, el lienzo cuadrado (la “pantalla óptica” que la llama Paternosto) pasa a ser una “cosa” a la que progresivamente se le irán añadiendo arenas, arpilleras, maderas, periódicos, cuerdas (aquí se inserta la tradición mondrianesca de sus cintas adhesivas de colores tras descubrirlas en Nueva York, con la obra “New York City 3 (inacabado)”).

¿Dónde innova Paternosto? Su expresión máxima de la objetualidad del lienzo tiene lugar cuando, en febrero de 1969, abandona la pintura en el lienzo frontal para trasladarla a los laterales del bastidor (que se agrandan para acoger la obra). Un salto al vacío. Toda una revolución conceptual pues el espectador tiene que interpretar la obra desde una acercamiento lateral. “La pintura ya no se ofrece a la mirada, sino que se oculta y el espectador, como dice el artista, tiene que ir a buscarla en un acercamiento oblícuo” (Guillermo Solana, introducción al libro de esta muestra: “César Paternosto, hacia una pintura objetual”). Es la dispersión de la pintura a los laterales propia de Mondrian (del que se nutre) llevado a la máxima expresión: su ausencia en el cuadrado frontal para esconderla en los lados.

Además de sus reconocidas “obras laterales” de galerías privadas, también encontramos a Picasso, Mondrian, Torres-García (traído a la exposición “Madera planos de color” pues representa la retícula mondrianesca fruto del encuentro de ambos artistas) o Gris, además de sus experimentaciones de lápices acuarelables sobre lienzo (“Hilos de agua, Intervals”) que quieren ser un homenaje a la abstracción de la tradición del trenzado textil interpretada desde tiempo inmemorial.

Un delicioso “1.2.1.2.” (1972) que refleja un azul turquesa aguado en la misma pared (que intensifica la cualidad de objeto del cuadro, que se traslada a los muros de la sala, por lo que la obra queda integrada en la realidad y forma parte de ella) mientras que la representación de los bastidores se va abriendo escalonadamente en una estructura de foco, en un sentido como en otro. Igual que Mondrian, para Paternosto el blanco no es el vacío, porque (ambos) lo delimitan o bien en los bordes o bien en los laterales, es perfectamente válido dejarlo en blanco y así lo disfrutaremos en esta escueta pero fantástica muestra de toda una evolución a través del tiempo sobre el cambio de significado de la pintura.