jueves, 22 de febrero de 2018

Cuando los hijos nos enseñan….



Como personas deberíamos ser humildes, como padres aún más. La humildad no es contraria a la erudición ni a la sabiduría, es un modo de posicionamiento, una forma de entender dónde se encuentra el ser humano frente a los que le rodean.

Ayer leía con asombro el título del libro que mi hijo acaba de comprar, “Hiperespacio”, sobre física cuántica y las distintas dimensiones espacio-temporales, los viajes a universos paralelos, la visión alternativa del cosmos, del conocido físico Michio Kaku. No me impresionó tanto que se proponga leer este libro, sino la posibilidad de que me pueda explicar profundamente cuando lo termine (mientras nos dedicamos una merecida merienda fuera) los detalles de lo que haya leído.  Me estremecí porque fui consciente de la revelación, estaba ante mí, me esperaba: ellos son mejores, se merecen toda nuestra confianza y respeto y nos pueden enseñar tantas materias desconocidas para los adultos. Seamos, pues, humildes para aprender de ellos y de sus conocimientos. Me apasiona pensar que un tema que no domino me la pueda contar mi hijo. Si lo pensáis con cariño, es absolutamente tierno y digno de orgullo.

Y estemos profundamente agradecidos de este regalo de la vida, porque debemos considerarlo un regalo: que nuestros hijos tengan unas capacidades mejores que las nuestras no nos hace inferiores, no seamos acomplejados. Casi es peor lo contrario. Si somos capaces de no sentirnos heridos (no es más que el ego que siempre tiene algo que decir, que no aporta y sí resta) cuando nos discuten y contra-argumentan, expresan sus propios criterios, nos enseñan los secretos de la física o las leyes matemáticas del universo (en mi caso), habremos dado entrada a algo mucho más significativo: les estamos diciendo yo no soy infalible, tú también me puedes enseñar, yo me dejo, tú tienes respuestas que son válidas para mí. 

Entonces se produce el milagro. No hay fricción, todo fluye y es bello. El hijo se transforma y entusiasma porque siente que es digno e honra. ¡Dios mío, da lecciones a sus mayores! (y para ellos no es ésta la ley de vida, sino todo lo contrario, los progenitores son los sabios, irremediablemente, ¿o no?). De

No os alarméis porque lo que estáis pensando, sencillamente, no sucederá. No se transformarán en soberbios eruditos que se vayan jactando entre sus amigos de lo (supuestamente) poco entendidos que son sus padres. Démosles ese voto de confianza que tanto nos demandan: ellos no confunden los espacios en los que se mueven. Saben dónde hablar de una cosa y no de otra y en qué foro o grupo. Los hijos, pese a sus disparates, insensateces, incomprensiones, saben en su fuero interno qué posición ocupan en la familia, por tanto no hay miedo a una (imposible) intención de superioridad malsana. Saben de la experiencia, seniority, edad, vida vivida de sus progenitores, son conscientes de las posiciones que unos y otros ocupamos.

Muy al contrario, se sentirán más fuertes internamente, mejor valorados, en comunión con unas personas que, a priori, son la representación de lo correcto y a los que aman tanto (por si se nos ha olvidado esto último, conviene recordarlo constantemente porque no hay mayor amor que el de un hijo a sus padres).  Probadlo, os impresionaréis del resultado.